domingo, 3 de enero de 2010

Los inocentes


Acabo de concluir la lectura de "Los inocentes", de Hermann Broch (Debolsillo, 342 páginas).

En 1950, a partir de varios relatos que habían sido publicados en prensa y seis poemas que conservan el lirismo de algunos pasajes de La muerte de Virgilio, Broch construyó Los inocentes, una novela desgarradora en la que, a través de sus personajes femeninos -la baronesa W., Zerline, Hildegard y Melitta- asistimos a la decadencia, la apatía y el desencuentro de la sociedad alemana de entreguerras que permitirá la ascensión del fascismo, y en la que ya no queda lugar para la inocencia.

Una de las felices contradicciones del modernismo literario, movimiento dentro del cual podemos incluir, en un sentido amplio, la novelística de Hermann Broch (1886-1951), junto con la de Mann, Musil, Joyce, Woolf, Faulkner, Svevo y tantos otros, es que, si bien se presenta como un movimiento de ruptura violenta con el pasado, mantiene todavía una fe inalterada en la unidad y la importancia del ser humano. Y sigue considerando la psique, alma o existencia mental del individuo como centro y metro de platino iridiado de todas las cosas.

Existen, de hecho, dos ramas del modernismo bien diferenciadas: la de Kafka, Beckett o Gombrowicz, cuyos personajes no tienen entidad psicológica y son meros fantoches, y la de Joyce, Woolf, Proust o Broch, que aspiran a una sensación de realidad interior casi trascendental. Siempre se ha afirmado que el sujeto de las novelas modernistas es un sujeto alienado, pero hay una diferencia radical entre la alienación de Leopold Bloom, Mrs. Ramsey o Pasenow (Joyce, Woolf, Broch) y la de K., Molloy o Ferdydurke (Kafka, Beckett, Gombrowicz). Los primeros son personas reales, sujetos psicológicos alienados del mundo; los últimos, metáforas de la alienación.

Dicho de otra forma: la línea de modernismo dentro de la cual se inscribe la obra de Broch tiene una decidida voluntad realista, aunque no en el sentido del «realismo» del siglo XIX porque el realismo modernista no pretende explicar la realidad ni tampoco las razones de los personajes, sino presentar la magnitud y la complejidad de lo real en frescos o en encendidas rapsodias donde no todo es inteligible y donde la experiencia parece presentarse y aprehenderse en un devenir de destellos caóticos y fragmentarios. Esta es, precisamente, la tarea que se impuso Hermann Broch: representar no la realidad ni la sociedad ni la mentalidad de su tiempo, sino más bien su fascinante complejidad, su caracter polifónico, y representar, además, la forma en que una psique vive en el mundo, con su carga de sueños y deseos inexpresados, fábula y cálculo, percepción e ilusión, y la forma en que ambas, esta psique y este mundo, entran en colisión la una con el otro.

Para representar la complejidad del mundo moderno, para poder englobar en su amplio compás expresivo todos los matices y tornasoles de la psique en su trasiego por el mundo, Broch diseñó novelas que eran reuniones de elementos completamente heterogéneos entre sí desde el punto de vista de la forma, el género, el estilo y el contenido.

Los inocentes, una de las últimas obras de Broch, representa otro paso más en su técnica de componer novelas a partir de piezas disímiles. En este caso, la singularidad se produce porque la obra no es realmente una novela en el sentido convencional, sino una serie de relatos escritos por Broch en distintas épocas y más tarde reescritos y reunidos por medio de extensos poemas. En opinión de Milan Kundera (El arte de la novela), a menudo las piezas son demasiado disímiles y no logran una buena integración, y ese ligero rechinar entre las distintas piezas, esa sugerencia llena de posibilidades que se escapa entre los fuelles de una maquinaria ingeniosa pero que no funciona todavía a la perfección es lo que da a las novelas de Broch, precisamente, tanto encanto -ya que la perfección, a menudo, es aburrida-. Contemplar una novela de Broch es contemplar también el taller de un escritor, y no siempre es fácil ser admitido en esta clase de lugares sagrados y secretos.



Hermann Broch
(1886-1951) nació en Viena en una familia acomodada de origen judío. Cursó estudios de ingeniería textil y trabajó largo tiempo en la fábrica de su padre. En 1928 abandonó sus actividades en la industria para dedicarse por entero a la literatura y a sus estudios de filosofía, matemáticas y psicología. Perseguido por la Gestapo en 1938, logró salir de la cárcel gracias a la intervención de algunas personalidades, entre ellas James Joyce, y huir primero a Inglaterra y luego a Estados Unidos, donde falleció en la ciudad de New Haven. Aparte de una importante obra como ensayista, en el campo de la narrativa dejó varias obras capitales para la literatura contemporánea: La muerte de Virgilio, Los inocentes y la trilogía de Los sonámbulos, que, escrita entre 1931 y 1932, incluye Pasenow o el romanticismo, Esch o la anarquía y Huguenau o el realismo.

1 comentario:

  1. Todos somos inocentes, quien es quien para juzgar nuestros actos, es la primigenia virtud, solo Dios, y la señal del mazo sobre si eres culpable o no, nunca se oye el ruido sobre la mesa
    Jose Maria Aristimuño

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